Cada noche la misma historia. Mi habitación obscura y yo ahí, postrado sobre la cama, esperando que todos mis músculos empiecen a temblar descontroladamente y sin razón alguna. Ya le había perdido el miedo, más mi pesar al respecto no se iba nunca.
Mi madre entró por la opaca puerta apenas visible, y con paso sigiloso, dejó un vaso de chocolatada en el velador, a la izquierda de mi cama. Estaba malhumorado, así que decidí cerrar los ojos y fingir que estaba dormido. Dejé caer unas lágrimas, no quería dormir temprano, pero debería hacerlo para evitar la serie de episodios que vivo regularmente. No era precisamente bronca lo que tenía, mmmm... si en realidad eso era.
Con furia y totalmente descontrolado, aventé con mi brazo el vaso de chocolatada que había traído mi madre, que se hizo trizas sobre el piso de madera que cubría mi habitación.
Pensaba en mi rutina de mañana.... bañarme, desayunar, luego ir a la consulta con el Dr. Stevez que no era más que discursos repetitivos sobre lo que me pasaba y de posibles soluciones tontas, lo consideraba totalmente innecesario. Hacia la tarde, consulta con mi terapeuta, que no hacía más que evidenciar lo absurdo de mi vida y taladrar mi cabeza con conceptos necios de autoestima. Suelo reírme mucho al recordarme, respondiendo sus preguntas turbias y fingiendo asentir sus consejos con aprobación.
Recuerdo vagamente, que en una ocasión, mi terapeuta, sádicamente, refirió a mi idea de suicidio con una expresión soberbia y burlona diciendo: —Aunque intentes alguna vez cometer suicidio, será imposible que logres tu meta.
Es que ante una situación tan estresante y desafiante, mi cerebro empezaría a generar alertas y mi epilepsia comenzaría en el momento exacto del episodio, haciendo imposible la culminación del acto heroico. De hecho, así resultó ser, cuando intenté digerir un gran puñado de pastillas, cuando intenté rebanar la vena de mi muñeca con mi navaja, y en el momento exacto en que quise, de alguna manera, meter los dedos en el enchufe... ninguna de ellas funcionó. Lo sé, soy poco original y no se me ocurrieron otras formas. Pero me cansé de intentar y de que no resulte.
Si, así como lo piensas, mi vida es absurda, tristísima y vacía.
Y entonces me resigné, a pasar otra noche solo, y cerré los ojos, e imaginé lo distinto que sería mi vida sin esta maldita enfermedad que me apresaba, que me impedía ser un ser social pleno, que me impedía sentir el enamoramiento, y que cada día crecía en magnitud y tapaba cada vez mas mi existencia por completo. Era un infierno, vivir bajo la agonía de un calor sofocante, que no lo provocaba el sol precisamente.
Y mis ojos se cerraron por la angustia, y ojala no despertase, y ojala que muriera intoxicado por una nube radiactiva que entre por mi ventana, y ojala sea mutilado por algún ladrón que se intente llevar mi computador, y ojala que perros salvajes me devoren y se hagan un festín conmigo.
Solo era cuestión de esperar, y que amanezca otro infernoso día. Y dormía, plácidamente a la espera del nunca jamás, del ya no ser.
De pronto, despierto, desquiciado por la tragedia que me esperaba, si, mis días eran precisamente eso. Y era absurdo, pero no pude mover los brazos, ni mi cabeza, ni mis piernas, ni nada que fuera parte de mí. Pero aquí estaba, despierto, y escuchaba el cantar de los pájaros, y el martillar de los obreros junto a mi casa... pero no, ni mis ojos se abrían, ni mi boca, intente levantarme y nada. Veía la agitación dentro de mí, el palpitar veloz de mi corazón, pero no podía moverme, y escuchaba todo, y entendía todo... y otra vez dormí, agotado, de forma automática.
Y desperté, nuevamente, aturdido por mis sueños, y si, otra vez se repetía.... era inmóvil. Ya no era gracioso, ya me espantaba la situación, y quise gritar, y pedí ayuda desde mi mente, más era todo silencio, e intentaba tumbarme, hacer algo de ruido... mas todo era en vano.
Abrí mis ojos, al menos eso creí sentir. Vi a mi madre, entrando por la puerta, para despertarme como es costumbre. Todo estaba claro, veía los rayos brillantes del sol entrando por la ventana de cortinas blancas.
Me miró con ternura, intenté decirle que estaba despierto, que me ayudase... mas no me escuchó, mi boca no emitía sonido alguno. Y cerró las cortinas de la ventana, seguramente para que ningún rayo de luz me evite dormir, y se retiró cerrando la puerta con cautela.
—Mamaaaaaa! —grité, con todas mis fuerzas, casi hasta quedarme sin respiración.
Estaba cansado y volví a dormir.... y desperté luego, y me aterré. Lloraba por dentro, si, se que lloraba, sentía esa angustia que sentía en cada intento de suicidio.
De pronto sentí a mi cuerpo moverse descontroladamente y lo vi, agitándose como olas enfurecidas. Otro de mis episodios estaba ocurriendo. Y en un estruendo que pude escuchar claramente y pude sentir de manera violenta, me vi boca abajo, tirado en el suelo. Vi los cristales rotos, del vaso que había roto por la noche, me sentí mareado. Y sentí los gruesos y grandes trozos de vidrio sobre mi abdomen, e intenté levantarme, pero no pude.
Pasaron eternos minutos intentando resistirme al estar atrapado y dormido, debilitado, sin fuerzas, ni siquiera para intentar lo imposible. Y miré hacia el piso, estaba cubierto de rojo... si, era sangre, y parecía ser que salía del molestoso ardor en mi abdomen.
Y escuchaba el tic-tac del reloj, y quería temblar de miedo, pero tampoco podía, y me convencía de que era un sueño... pero era demasiado real y tenebroso. Y dios.... la sangre aumentaba, casi era un rio de agua colorada que cubría mi habitación, y me sentí mareado, casi shockeado. Y no podía hacer nada.
No pude evitar pensar que esta era la salida que necesitaba, que aunque era terriblemente temeroso, fue lo que siempre desee.
Escuchando a los pájaros, y la música rockera de mi hermano a lo lejos, sentí como el corazón paraba de latir.
Y dormí otra vez, y jamás desperté.